Una pintura que refleja mi inquietud sobre las figuras de poder y mis miedos al crecer en un país militarizado donde los uniformes, omnipresentes en las calles, representan tanto autoridad como opresión.
Crecí en un país donde el día a día está marcado por la presencia de militares. Están en todos lados. Cuando sales del país, son justamente ellos, a lo lejos, quienes te despiden. Esto no es solo un símbolo de vigilancia, también es un recordatorio constante de quién detenta el poder. En tiempos de protesta, esos mismos uniformes pasan de trabajar "para el pueblo" a ser herramientas de represión.
Ese miedo no es abstracto para mí. Cada encuentro con un militar me dejaba un nudo en el estómago. Y, aunque soy consciente de que muchos están ahí por falta de alternativas, para sobrevivir, también sé que hay quienes han cometido atrocidades en nombre del régimen usando ese uniforme. Es un pensamiento que a menudo se cuela en mis sueños: en una de mis pesadillas, estoy huyendo con otras personas mientras algo nos persigue. Sin embargo, al mirar hacia atrás para ver quién o que es, descubro que aquellos que corren a mi lado, quienes parecían estar conmigo, son en realidad quienes me persiguen, parecen estar armados por la manera en la que posan sus brazos pero sus manos están vacías y su ropa manchada de sangre.
En esta serie elegí una flor llamada “ojos negros” para conectar todas estas historias que quiero contar. Esta flor es una especie invasora en mi país y la uso como alegoría al régimen cuyo símbolo político es justamente un par de ojos negros que parecen observarlo todo, un ícono que se ha vuelto omnipresente y también se encuentra regado por todo el país. Esos “ojos negros” invaden la composición como una metáfora a esos miedos, esa ansiedad que no he logrado abandonar. Son un reflejo de esa violencia silenciosa que caló el régimen en cada esquina, en cada interacción, incluso en momentos de nuestra vida cotidiana.
Cualquiera que me conozca sabe que me vuelvo un ocho al hablar, pero pintando puedo, de alguna forma, tener estas conversaciones, sanar y resistir. Esta pieza no es solo una representación de mis temores, sino un intento de darles un rostro, de nombrarlos y enfrentarlos. Pintar el régimen como esta flor es mi forma de reclamar una narrativa distinta. Las flores son efímeras; espero que ellos y su legado también lo sean.
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A painting that reflects my unease about figures of power and my fears growing up in a militarized country, where uniforms, omnipresent in the streets, represent both authority and oppression.
I grew up in a country where daily life is marked by the presence of the military. They are everywhere. When you leave the country, it's precisely them, standing in the distance, who send you off. This is not just a symbol of surveillance but also a constant reminder of who holds power. In times of protest, those same uniforms would shift from "working for the people" to becoming tools of repression.
In this series, I chose a flower called “black-eyed Susan” to connect all the stories I want to tell. This flower is an invasive species in my country and I use it as an allegory for the regime, whose political symbol is precisely a pair of black eyes that seem to watch everything, an icon that has become omnipresent, scattered across the entire country. Those "black eyes" invade the composition as a metaphor for those fears, for that unshakable surveillance. They reflect the silent violence the regime embedded in every corner, in every interaction, even in the routines of our daily lives.
Anyone who knows me knows that I get tied up in knots when I speak, but through painting, I can somehow have these conversations, heal and resist. This piece is not just a representation of my fears but an attempt to give them a face, to name them and to confront them. Painting the regime as a flower is my way of reclaiming a different narrative. Flowers are ephemeral; I hope they and their legacy will be as well.